He hablado muchas veces de mi madre, pero casi nada de mi padre… Por eso hoy(1) voy a contarles algunas cosas que he heredado de mi padre… ¿por qué hoy?
Mi padre nació hace 74 años atrás, un 3 de abril de 1933 en una fría tarde otoñal en una ciudad que en mapudungun significa Agua(s) Negra(s), Curicó.
Peyuco le llamaban de pequeño, y ya de grande al igual que su padre, Pedro Vargas… ¡Sí como el cantante mexicano del mismo nombre! Pero mi padre no canta, aunque siempre dice: “Muy agradecido, muy agradecido, muy agradecido.”
Debo reconocer que yo también le estoy muy agradecida por haberme inculcado un montón de valores y de aficiones. De estas últimas heredé el gusto por la lectura. Claro que mi padre es y ha sido un autodidacta. También heredé el gusto por el arte y en especial por la pintura. De hecho los cuadros que tengo colgados en mi casa los ha pintado él. Hay uno que me gusta en especial, “Incendio en la quebrada”; con este obtuvo un premio en su empresa en un concurso en todo Chile. Me costó un montón que me lo regalara hasta que lo convencí que cuando alguna vez hiciese una exposición se lo prestaría, jajjaaj!!!
Otra cosa que me enseñó fue a reconocer los distintos árboles nativos de la precordillera maulina… Esto me encanta, pues es un saber que no se aprende a través de los libros, si no que caminando... palpando cortezas...hojas y frutos.
Hay un montón de cosas más, como por ejemplo, su carácter sociable y amistoso. El gusto por la música en general y la clásica en particular. De él también aprendí a contar historias inventadas, o sea, cuentos… Ah! y a contar chistes, jajjaja!!! Claro que los que yo cuento son de alto calibre.
A los pocos meses de morir mi mamá –hace 12 años-, yo le tenía mucha rabia, porque sentía que no había actuado como jefe de hogar y había dejado que el “choclo se desgranara”, o sea, que la familia se disgregara. Los que más sufrimos de esto, fuimos los hijos que aún estábamos solteros, y que vivíamos bajo su alero.
Hoy a la distancia comprendo que la pena por la pérdida de su mujer –mi mamá- lo superó y por eso él también abandonó el buque. Sólo hace un par de años me he reconciliado con él, al enterarme de un montón de secretos de su infancia y de su permanente sentimiento de orfandad por la pérdida de su madre –mi abuelita Anita- a los 5 años.
Lo bueno de toda esta laaarga historia, pues todo lo negativo siempre tiene su lado positivo… Pues por esta historia de su vida hay un valor que (in)conscientemente, sin saberlo, él me regaló: la libertad. Me dio las alas para volar… y he volado… muy lejos… he planeado… he regresado… Y hoy sigo volando.
(1) Si bien este texto no lo escribí hoy, se me hace urgente publicarlo, porque nunca es tarde para dar las gracias… Lo escribí para su cumpleaños, pero no alcancé a subirlo al blog ese día, pero más vale tarde que nunca.